De cómo pase dos horas acompañando a una mucama del motel married Plaza.
Al llegar, el gerente y otro encargada estaba más que receloso de aceptarme, y cómo no estarlo: yo podía ser un periodista de Caracol en encubierto que venía a deverlas los cochinos secretos que se escondían en este pequeño edificio de escasos 3 pisos. Después de hablarle y explicarles que me acometía analizar que la dinámica de un motel es como la de un hotel cualquiera, sólo que a menor escala (sí, se me a creyeron), aceptaron que deambulara con Yamile sólo en el primer piso, que era el que menos congestión tenía durante la tarde. La señora, cuyos ojos develaban un poco de emoción a pesar del cansancio, se mostraba más que colaboradora. Era un cambio en su rutina. Evidentemente.
La recepción como tal es un elemento inexistente. Ubicada al lado del parqueadero secreto, es una especie de mini stand del portero que huele a splash barato de pachulín con cigarro. La arrugada señora que atiende posee esa cara de vieja recorrida que consciente de que se lugar con un negocio muy bueno. Sus gordas y caídas tetas saludan a un ombligo que deja entrever el sudor, que se filtra a través de su blusa barata justo en esa zona, creando un círculo imperfecto.. Efecto de conductor de bus de antaño, diría yo. “20 mil barras la hora…que es más o menos lo que demora un polvo.”. Toda una ganga.
En el pasillo, vemos salir de una habitación a un señor con pinta de casado con una mujer un poco más joven de rasgos indígenas. A juzgar por la hora, fijo es la secretaria. Entramos al cuarto a investigar.
"Bueno, y ¿no te da pena hacer este trabajo?”, pregunto. Mi voz sale algo golpeada, como de Cartagenero. Supongo que inconscientemente quiero conectar con la entrevistada.
“A veces sí es raro, porque estas entrando a un cuarto que se acaban de pichar, si me entiende….”, dice aguantando las ganas de reírse. Esa señora de unos 40 y tantos años aún conserva la vergüenza típica de cualquier juvenil sureña.
Claro que le entiendo. Las gotas de “leche pringaa” de las sábanas son más que explicativas.
Yamile saca el trapero y hace su trabajo. Lo típico. Mientras coge las sábanas y las mete en el tanque, estas me rozan, y siento como una parte de la intimidad asquerosa de esas personas se me queda impregnada en la piel; unos jugos y sudoraciones ajenas, de la intimidad sexual de perencejo y fulanita que nunca pensé tocarían mis folículos. Asco.
Frío me recorre la espalda.
“Anda, ¡mira el regalito que nos dejaron!”, exclama, y antes de poder ver el sonado regalito, veo con horror cómo esta señora levanta del suelo un condón lleno de la blanca secreción que será seguramente la causante de un embarazo no deseado en la joven secretaria Mocaná. ¡Mis ojos no pueden creer lo que ven!
“Anda Yamile, ¿no te da asco?”, me quejo.
“Nombe nada niño, eso es rapidito… ¡ni se siente!”, responde, consciente de que lo que hace es una absoluta porquería.
El condón se nota algo manchado de amarillo a través del contraluz de la ínfima ventana. No le permití a mi cerebro desentrañar el misterio de la nueva sustancia embadurnada en el latex libidinoso.
“Nombe Papi, no”, interrumpe. “Si esta gente logra pagar sus 20 mil barras para meterse a pichar, ¿tú crees que van a ser de esos que tengan algo raro..?”
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